MIMISMA

Tan difícil es autodescribirse como tan difícil es esquivar hablar solamente bien de uno mismo.
Que el parecer quede en cada una de las apreciaciones de mis lectores

septiembre 03, 2006

Nunca vendas la joya de la abuela

Luego de las pompas fúnebres en honor a mi madre, volvimos a la casa de la infancia desolados, sin hablar, cada uno rumiando la pena a su manera. Los ojos de azul profundo de mi hermano deslucidos, empequeñecido el cielo intenso de su mirada tierna. Me cuentan que durante 48 horas estuve en shock ...Yo no recuerdo nada más que dos días después comencé a tener conciencia de las palabras, de mi estancia en mi pueblo igual de azul rodeado de montañas, del cariño de la gente, de las rosas en el jardín que mi madre cultivaba... Hube de enfrentar la soledad futura de la casa otrora poblada de momentos felices, bullangueros, donde el orden lo imponía mi madre con firme ternura y la risa pronta , mi padre.
Nos sentamos a la mesa del comedor familiar, con las dos sillas vacías como una presencia de espinas. No atinábamos a hablar,porque lo siguiente era doloroso: Decidir el destino de las cosas que nos hablaban de nuestros padres. Madre había conservado celosamente las de mi su marido desde siempre, y las suyas nos hablaban de cada gesto preocupado por servirnos un hogar próximo a lo perfecto.
Transcurrieron muchos días releyendo cartas, acariciando fotos sepias, en blanco y negro, en colores, diapositivas, cintas... Allí estaban en retazos, los momentos de nuestras vidas, cuando todos nos cobijábamos bajo el mismo techo.
Fuimos a la biblioteca.Un aroma a libro viejo mezclado con el del cuero de algunas encuadernaciones, nos sumergió en los años cuando la lectura nos reunía alrededor del hogar, en esa sala donde las letras nos hablaban de aventuras, dioses extraños, animales extraordinarios. En el anaquel superior, envueltos prolijamente en papel madera con etiquetas orientadoras, estaban las colecciones de revistas que aparecían mágicamente cuando estábamos en cama y había que sobrellevar alguna gripe traicionera. Y las colecciones de decoración Wohnen que eran el testimonio de que mi padre adobaba mis gustos más extravagantes.... Y la pinacoteca de lo genios , con sus láminas lustrosas reproduciendo las obras más brillantes de todos los tiempos... Y en un cajón pequeño, todos los mapas de rutas de todo el mundo, no para viajar con pasajes aéreos ni de cualquier otro tipo, sino para visitarlos con la imaginación.
Cada papel era valioso como un pergamino. Cada hoja era un pasaporte para el ayer.
Fueron descolgándose los días despaciosamente mientras nos recobrábamos y aceptábamos que la familia se había reducido a dos y nuestros hijos.
Había que tomar decisiones, pues nuestras obligaciones nos estaban apremiando. Decidimos algunas ventas, también muchos otros tantos regalos como recuerdos a primos y tíos.
Venderíamos la casa, pues nos resultaba oneroso su mantenimiento - nuestras vidas habían tomado rumbos alejados de la solvencia necesaria para enfrentarlo. Sumamos: guardia, jardinero, impuestos de un barrio residencial, impuestos, mantenimiento... Era demasiado. Mi hermano necesitaba trasladarse a un departamento más grande en Buenos Aires, y yo, tenía la vida tan confundida luego del divorcio, que no sabía qué destino tendría al final...
Nos repartimos esas cosas imposibles de suponer en manos de otros. Nuestra gran riqueza no estaba cifrada en lo material sino en ese bagaje de inconfundibles experiencias vividas en familia.
Pero, entre ésas que el hombre pone precio, estaba el prendedor de la abuela que venía de su madre, que a la vez provenía de la propia, y así por más de siete generaciones. Un enorme prendedor de oro, con incrustaciones diamantinas de considerable valor.
Lo guardé amorosamente. Confieso que más de una vez, en tiempos de poco holgura que son bastante frecuentes, me asaltó el pensamiento de "hacerlo palta contante y sonante". Sin embargo, cada vez que abría su estuche delicado, me asaltaban remordimientos reprochándome poderosamente el dislate.
Había tomado costumbre, con riesgo de perderlo, llevarlo en mis viajes por si alguna eventualidad me exigiera más dinero del supuesto.
En julio del año pasado, en ocasión de uno de esos viajes, lo llevé conmigo, de un modo que luego revelaré.
Fui a visitar a mis hijos.
Al llegar a destino, quedé esperando a Pieri, mi hija menor, en la cafetería de la estación terminal. Pedí un café, leí una revista hasta la llegada de ella. Hacía calor a pesar de que era pleno invierno. Llamamos a un taxi, y nos fuimos.
Al cabo de quince días, el frío se hizo sentir. Cuando busqué mi abrigo, el que según yo lo había colgado es esta percha, aquí, en el ropero de mi nieto Joaquín, no lo encontré. Pensamos muchas cosas: que me lo había olvidado en el bus, que la empleada ( siempre lo mismo) se lo había llevado, que lo dejé en el taxi...
Comencé a recorrer con la memoria, paso a paso, todo lo que había hecho, y recordé: ¡La cafetería! Sí. EN la cafetería, entré y lo puse en el respaldo de la silla... Allí debía estar... Mis hijos me miraban con esa mirada que los hijos ponen cuando se sienten dueños de sus actos y nos ven a nosotros, los próximos viejos, empequeñéndose de tamaño y de neuronas... "¡Que lo vas a encontrar, mamá...! "Por un saco no vamos a salir en esta lluvia torrencial" (Porque estaba lloviendo tupido y fuerte... "Con todos los otros abrigos que tenés...!"
... Yo cada tanto insistía: "Pucha, mi abrigo..." .Y las palabras quedaban en el aire, como una lluvia suspendida que a nadie importaba.
Esperé la hora de la siesta ( era tiempo de vacaciones invernales), me aseguré que el sueño de los habitantes fuera profundo, y munida de un paraguas, caminé las quince cuadras hasta la Terminal de Ómnibus.
El lugar estaba atestado de gente. Esperé unos diez minutos hasta que pude ubicar al mozo que me atendió el día de mi arribo. Con poca esperanza y mucha vergüenza le pregunté si no habían encontrado un saco... El hombre me señaló un lugar detrás de la barra del bar diciéndome que hable con el hombre que estaba detrás de ella. Repetí la pregunta, el hombre me pidió la descripción de la prenda, y me ordenó amablemente: espere un momento. Salió de detrás de la barra dirigiéndose a una especie de despacho interno. Tardó unos pocos minutos para regresar con mi vestimenta... ¿es éste, verdad?... Sí respondí feliz, mirando apresurada adentro de los bolsillos. El hombre puso cara de dudar si estaba en mi sano juicio... Agradecí, le di un dinero al mozo que me lo había guardado, y me retiré feliz sabiendo que el prendedor de mi abuela, aun se hallaba sujeto en el interior del bolsillo izquierdo...
Luego de ese susto, decidí regresar la joya a su estuche original y guardarlo para siempre, aunque me apremie la necesidad y urgencia.
Me pregunto si el mozo había visto la joya.
Me queda la duda de si quién guardó mi saco es una persona honesta o una poco curiosa...
Lo que sé con certeza, que las seguridades de dinero habré de buscarlas con otros medios.

Nota de la autora: ladrones, abstenerse. Es absoluta ficción

11 comentarios:

Presentes Ausencias dijo...

Gracias comprovinciana, por tu visita a mi Blog, que me da la ocasión de conocerte y llegar hasta tus textos.
Felicitaciones y adelante, que el mundo de internet está poblado de misterios y palabras y vale la pena transitarlo.

Diana L. Caffaratti dijo...

Bienvenida, Catalina.
Internet nos estrecha, con ritmo cadenciosos de chamamé.

Gregorio Luri dijo...

Un relato magnífico. Pero permíteme una pregunta: ¿Son incompatibles la honestidad y la curiosidad? Yo esque me temo que si.

Anónimo dijo...

Bonita historia. Y sin duda quien aguardo el saco era un hombre honesto

Clarice Baricco dijo...

Me has hecho pensar en lo que me espera a mi, cuando tenga que tomar las decisiones de los objetos que se me quedarán y los que tendré que donar.

Sentì tu angustia al olvidar el prendedor.

La memoria y mis manos necesitan guardar y tocar todo eso que amo.

Saboreo tus letras.

PD. Ahhh por cierto, ayer escuché a la gran Julieta Fierro (en san google aparece, para no extenderme) y cuando la escuchaba tan amena y tan didáctica con los jóvenes, me reí y aprendí mucho, al salir de la FILU, me compré un café y me quedé sentada viendo la naturaleza y me acordé tanto de tí.
Es decir, al escuchar a Julieta sentí que eras tú.

Mar dijo...

También lo pienso Gregorio, también.

Dalaca, me gustó tu relato y casi que me mojé con la lluvia:)

Saludos

tallarin cervecero dijo...

con la fuerza y la belleza de siempre que derrochan tus palabras.
me preguntaba mientras leia la historia si esto era real,ficcion o habia una mezcla de ambas cosas,un capitulo triste de tu historia personal.la nota al final para los eventuales ladrones me lo dejo un poco mas claro..sin mebargo tiendo a pensar que puedan haber elemtos muy reales en este texto hermoso..
saludos una ves mas un placer leerte..desde mi pequeño dormitorio en mi casita de santiago de chile.

Anónimo dijo...

Que tierno relato. Los cuadros de la memoria, esos recuerdos siempre presentes y que viven dentro y fuera de nosotras.

Felicidades, escribes muy bien.

Diana L. Caffaratti dijo...

Gregorio; Mar:
En algunos casos la incompatibilitad se da y de un modo vergonzante.

Cervecero:
La realidad supera a la ficció. Est nació hace más de una década cuando en Argentina se preparaban las barreras sanitarias para evitar el avance del cólera. En nuestro país, en las zonas más olvidadas, ocurrieron casos mortales por falta de agua en condiciones. Elegí al indio kolla, pero podría haberlo denunciado con otras etnias.
Coloqué links en el texto donde se puede ampliar.

apostillas:
Viniendo de tí, el halago es mayor. Trataré de no "créermelas demasiado" para mantener el equilibrio.

manolo:
mi refrán preferiodo es " el que es, cree que los demás son"

Clarice:
Gracias! Espero no defraudarte.

Plabras errantes:
Urgente! Necesito la lección.
Gracias

Unknown dijo...

Ahora si pude entrar. Bueno, Que apuros con tu relato! La abuela te puso a prueba. Noto en tus escritos la procupacion por la perdida -seres y cosas-, o es casualidad? Un abrazo y hasta pronto.

Diana L. Caffaratti dijo...

Máximo:
A mi edad, se guardan los recuerdos de quiénes ya no están, y de las cosas que uno amorosamente tuvo.
Una manera de traerlos conmigo, ha de ser ésta que tan claramente supiste interpretar.