MIMISMA

Tan difícil es autodescribirse como tan difícil es esquivar hablar solamente bien de uno mismo.
Que el parecer quede en cada una de las apreciaciones de mis lectores

septiembre 20, 2006

TREN DE POESÏA

Leyendo sobre el tema de la locura descubrí una práctica en el pasado muy pintoresca: pensaban que la locura era producida por una piedra en el cerebro y que la sanación dependía de que el enfermo se sometiera a una operación en donde la piedra era extirpada (para más información ver: idd0073h.eresmas.net/.../artic10/artic10_1.html.). Esta historia en la que, nuevamente, la realidad supera a la ficción, motivó dos líneas que quisiera proponer como el comienzo de este ejercicio:

Para extirparla, dime dónde, ¡oh! locura, está tu piedra
¿en la pulpa de tu cerebro, en el bulbo de tu corazón? (Qymera)
¿Dónde guardas el guijarro que vulnera a la cordura?
¿y dónde tu piedra mas preciosa, la joya del Amor? (Crónicas en Hi Fi)
Tal vez en los versos de algún vencido poeta
aplicando el papel de su poema como arma de suicidio. (Noa)
O quizás te encuentres a los pies de tu Musa, no me mueres, ni me vivo
con aquella arma muy presta para dispararte, estas letras de amor, (Carlos Luna)
que no son sino la tensa espoleta que conduce mi presidio
por la progresiva y angosta enajenación (Rafael P.Q.)
Desde dónde viaja éste lamento herido
junto con la sentencia de aquel amor vencido por la sinrazón... (Cieloazzul)
Oh locura!, te he bebido como la ambrosía vertida en la seguridad de lo exacto y el dolor de lo imperfecto, santa enfermedad que calma el dolor de vivir… (Amapola)
Más tú, cruel y ufana, recorres mis adentros como huracán que destruye lo que a su paso encuentra. Sin embargo, no me quejo, pues si he de morir, moriré de ti. (Kat)
Y si he de vivir, viviré enamorado... dulce y eternamente enamorado
cautivo, en la locura tibia y transparente que habita en los misterios de la mente (Rodolfo N.)
La reconozco . Me alborota los sentidos, tintineando insistente como bronce que derrite mi equilibrio, ay, locura mía (Dilaca)

septiembre 05, 2006


recuerdos
Recuerdos que afloran periódicamente, los que sin propósito alguno sembró mi madre para tenerla presente.
Cada quién configura su memoria como mejor pueda.
Por fortuna, guardo mayoría de recuerdos buenos. Los malos estarán registrados en algún oscuro rincón del inconsciente, Freud dixit.
La infancia es un refugio de los adultos. Y no escapo de la ley, aunque ignoro los motivos.
Hasta los momentos que antes me parecieron terribles, hoy se invisten de ternura. Refuerzan las ganas de seguir existiendo.
Ahora, en este mismo instante, como un ejercicio de asociación libre, se agolpan en desorden y con una velocidad asombrosa, los edificados en compañía de mamá.
Eran los tiempos en que tener a la muñeca Linda Miranda, la que camina y habla, era un privilegio de pocos. El seis de enero de 1953, los Reyes Magos, me la dejaron al lado de los zapatos, en la ventana de mi cuarto.
Marilú tenía casi mi talla, calzaba zapatos blancos, estaba vestida de azul, de vaporoso tul. ( Y mientras escribo, susurro la canción infantil: "Tengo una muñeca vestida de tul, zapatitos blancos y su canesú...La llevé a paseo y se me durmió, la puse en la cama y se me murió... –Bueno, pensándolo bien, qué triste!) En su rostro perfecto, unos inmensos ojos azules se abrían y cerraban según el impulso que le diera. La cabellera castaña se sujetaba en un moño de satén también azul. No tenía ningún mecanismo que la hiciera caminar por sí misma, sino que debía tomarme el trabajo de asirla por sus manitas e inferirle movimientos que por una mecánica especial, hacía que sus piernas se movieran imitando pasos hacia adelante. En la espalda, un grosero aparato redondo, hendido en la loza, repetía monótonamente: Mamá, mamá...
Curiosamente, la mostraba orgullosa a mis amigas, pero, no me movía al conmovedor afecto que supuestamente debía despertarme. Tal vez la tiesura de la loza con la que estaba hecha, su frialdad, el lujo de su ropaje haya influido en ello.
Madre, sin decirme nunca nada al respecto, - en una de esas tardes mágicas de otoño, cuando detenía su trabajo de ama de casa, me sentaba a su lado para contarme cuentos -, comenzó a inventar una historia de la muñeca del amor...
Nos habíamos sentado cerca de su máquina de coser. Más precisamente, ella al frente y yo a su lado en mi silla fabricada por mi abuelo Miguel. Mamá sujetaba entre sus manos una caja vacía de sus polvos de maquillaje, cuyo olor no puedo describir pero que aún persiste en mis imágenes. La cubrió de una tela mullida, le bordó una carita dulce, le pintó mejillas sonrosadas.( La narración que me refería era una versión libre de la creación bíblica de la primera mujer.)
Luego, con retazos de lana de un pullover destejido, le sujetó una cabellera enrulada.
Cortó la forma del cuerpo, y luego de coser por los contornos, lo rellenó con algodón. Y antes de darle la última puntada, metió en el cuerpecito una bolsa pequeña de gasa con un "poupurrí "de flores secas que olían a lavanda y a azahar –"ésta es el alma"- me dijo.
Cada material usado, significaba alguna alabanza por lo creado.
Le confeccionó un vestido con puntillas y ruches en abundancia, y en los pies le colocó un par de zapatitos también hechos por ella...Y me la regaló.
Yo estaba fascinada...Le pusimos un nombre luego de discutirlo entre risas y más explicaciones.
Cuando vinieron mis amiguitas a casa, les presenté a Susana. La miraron apenas y sus ojos codiciosos buscaron a mi Linda Miranda. Tuve entonces, la tarde entera para Susana.
Descubrí que era tierna, amable, se dejaba abrazar y cuando le propinaba mis besos el aroma de los afeites de mamá se metían en mí provocándome la sensación de tenerla su lado: una seguridad franca que hoy aflora con sólo evocarla.
Susana fue la muñeca que me acompañó en mi dormir infantil. Yo la quería entrañablemente, pero nunca me planteé la idea que mamá me transmitía nombrándola como la muñeca del amor...
Muchos años más tarde, entendí los mil y un significados que ella encerraba...
Hoy ya no dudo: mi muñeca de trapo fue el resumen de muchas cosas, sobretodo, del recuerdo de la incondicionalidad del amor maternal.
Cuando ya ni Susana ni mamá están en este mundo, las tengo para siempre, en el alma, emanando aroma a lavanda y a azahares.

septiembre 03, 2006

Nunca vendas la joya de la abuela

Luego de las pompas fúnebres en honor a mi madre, volvimos a la casa de la infancia desolados, sin hablar, cada uno rumiando la pena a su manera. Los ojos de azul profundo de mi hermano deslucidos, empequeñecido el cielo intenso de su mirada tierna. Me cuentan que durante 48 horas estuve en shock ...Yo no recuerdo nada más que dos días después comencé a tener conciencia de las palabras, de mi estancia en mi pueblo igual de azul rodeado de montañas, del cariño de la gente, de las rosas en el jardín que mi madre cultivaba... Hube de enfrentar la soledad futura de la casa otrora poblada de momentos felices, bullangueros, donde el orden lo imponía mi madre con firme ternura y la risa pronta , mi padre.
Nos sentamos a la mesa del comedor familiar, con las dos sillas vacías como una presencia de espinas. No atinábamos a hablar,porque lo siguiente era doloroso: Decidir el destino de las cosas que nos hablaban de nuestros padres. Madre había conservado celosamente las de mi su marido desde siempre, y las suyas nos hablaban de cada gesto preocupado por servirnos un hogar próximo a lo perfecto.
Transcurrieron muchos días releyendo cartas, acariciando fotos sepias, en blanco y negro, en colores, diapositivas, cintas... Allí estaban en retazos, los momentos de nuestras vidas, cuando todos nos cobijábamos bajo el mismo techo.
Fuimos a la biblioteca.Un aroma a libro viejo mezclado con el del cuero de algunas encuadernaciones, nos sumergió en los años cuando la lectura nos reunía alrededor del hogar, en esa sala donde las letras nos hablaban de aventuras, dioses extraños, animales extraordinarios. En el anaquel superior, envueltos prolijamente en papel madera con etiquetas orientadoras, estaban las colecciones de revistas que aparecían mágicamente cuando estábamos en cama y había que sobrellevar alguna gripe traicionera. Y las colecciones de decoración Wohnen que eran el testimonio de que mi padre adobaba mis gustos más extravagantes.... Y la pinacoteca de lo genios , con sus láminas lustrosas reproduciendo las obras más brillantes de todos los tiempos... Y en un cajón pequeño, todos los mapas de rutas de todo el mundo, no para viajar con pasajes aéreos ni de cualquier otro tipo, sino para visitarlos con la imaginación.
Cada papel era valioso como un pergamino. Cada hoja era un pasaporte para el ayer.
Fueron descolgándose los días despaciosamente mientras nos recobrábamos y aceptábamos que la familia se había reducido a dos y nuestros hijos.
Había que tomar decisiones, pues nuestras obligaciones nos estaban apremiando. Decidimos algunas ventas, también muchos otros tantos regalos como recuerdos a primos y tíos.
Venderíamos la casa, pues nos resultaba oneroso su mantenimiento - nuestras vidas habían tomado rumbos alejados de la solvencia necesaria para enfrentarlo. Sumamos: guardia, jardinero, impuestos de un barrio residencial, impuestos, mantenimiento... Era demasiado. Mi hermano necesitaba trasladarse a un departamento más grande en Buenos Aires, y yo, tenía la vida tan confundida luego del divorcio, que no sabía qué destino tendría al final...
Nos repartimos esas cosas imposibles de suponer en manos de otros. Nuestra gran riqueza no estaba cifrada en lo material sino en ese bagaje de inconfundibles experiencias vividas en familia.
Pero, entre ésas que el hombre pone precio, estaba el prendedor de la abuela que venía de su madre, que a la vez provenía de la propia, y así por más de siete generaciones. Un enorme prendedor de oro, con incrustaciones diamantinas de considerable valor.
Lo guardé amorosamente. Confieso que más de una vez, en tiempos de poco holgura que son bastante frecuentes, me asaltó el pensamiento de "hacerlo palta contante y sonante". Sin embargo, cada vez que abría su estuche delicado, me asaltaban remordimientos reprochándome poderosamente el dislate.
Había tomado costumbre, con riesgo de perderlo, llevarlo en mis viajes por si alguna eventualidad me exigiera más dinero del supuesto.
En julio del año pasado, en ocasión de uno de esos viajes, lo llevé conmigo, de un modo que luego revelaré.
Fui a visitar a mis hijos.
Al llegar a destino, quedé esperando a Pieri, mi hija menor, en la cafetería de la estación terminal. Pedí un café, leí una revista hasta la llegada de ella. Hacía calor a pesar de que era pleno invierno. Llamamos a un taxi, y nos fuimos.
Al cabo de quince días, el frío se hizo sentir. Cuando busqué mi abrigo, el que según yo lo había colgado es esta percha, aquí, en el ropero de mi nieto Joaquín, no lo encontré. Pensamos muchas cosas: que me lo había olvidado en el bus, que la empleada ( siempre lo mismo) se lo había llevado, que lo dejé en el taxi...
Comencé a recorrer con la memoria, paso a paso, todo lo que había hecho, y recordé: ¡La cafetería! Sí. EN la cafetería, entré y lo puse en el respaldo de la silla... Allí debía estar... Mis hijos me miraban con esa mirada que los hijos ponen cuando se sienten dueños de sus actos y nos ven a nosotros, los próximos viejos, empequeñéndose de tamaño y de neuronas... "¡Que lo vas a encontrar, mamá...! "Por un saco no vamos a salir en esta lluvia torrencial" (Porque estaba lloviendo tupido y fuerte... "Con todos los otros abrigos que tenés...!"
... Yo cada tanto insistía: "Pucha, mi abrigo..." .Y las palabras quedaban en el aire, como una lluvia suspendida que a nadie importaba.
Esperé la hora de la siesta ( era tiempo de vacaciones invernales), me aseguré que el sueño de los habitantes fuera profundo, y munida de un paraguas, caminé las quince cuadras hasta la Terminal de Ómnibus.
El lugar estaba atestado de gente. Esperé unos diez minutos hasta que pude ubicar al mozo que me atendió el día de mi arribo. Con poca esperanza y mucha vergüenza le pregunté si no habían encontrado un saco... El hombre me señaló un lugar detrás de la barra del bar diciéndome que hable con el hombre que estaba detrás de ella. Repetí la pregunta, el hombre me pidió la descripción de la prenda, y me ordenó amablemente: espere un momento. Salió de detrás de la barra dirigiéndose a una especie de despacho interno. Tardó unos pocos minutos para regresar con mi vestimenta... ¿es éste, verdad?... Sí respondí feliz, mirando apresurada adentro de los bolsillos. El hombre puso cara de dudar si estaba en mi sano juicio... Agradecí, le di un dinero al mozo que me lo había guardado, y me retiré feliz sabiendo que el prendedor de mi abuela, aun se hallaba sujeto en el interior del bolsillo izquierdo...
Luego de ese susto, decidí regresar la joya a su estuche original y guardarlo para siempre, aunque me apremie la necesidad y urgencia.
Me pregunto si el mozo había visto la joya.
Me queda la duda de si quién guardó mi saco es una persona honesta o una poco curiosa...
Lo que sé con certeza, que las seguridades de dinero habré de buscarlas con otros medios.

Nota de la autora: ladrones, abstenerse. Es absoluta ficción

septiembre 01, 2006

Último segundo de la última hora del viernes en el colegio nocturno.
La impaciencia del cansancio se hacía inquietud en mis alumnos. Jóvenes adultos que luego de muchas horas de trabajo aún les queda resto para el estudio. Quieren acceder al título de la escuela secundaria con la esperanza de lograr una mejor posición económica y social. Una mentira más en éste mi país bello y rico lleno de pobres y profesionales que no consiguen un trabajo. En éste mi país donde los arquitectos trabajan de taxistas, y los culos y las tetas ganan más a pesar de sus cerebros de neuronas escasas y libertinaje pleno. Nunca más actual el Cambalache de la letra de Enrique Santos Discépolo:
Que el mundo fue y será una porqueríaya lo sé...(
¡En el quinientos seisy en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...
Pero que el siglo veinte
es un desplieguede maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaosen un merengue
y en un mismo lodotodos manoseaos...¡
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burroque un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,caradura o polizón!...
¡Qué falta de respeto, qué atropelloa la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stravisky va Don Bosco
y "La Mignón",Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón...
¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata,
que el que curao está fuera de la ley...


El cansancio se les nota en sus caras cetrinas y la sonrisa escasa. Tímidos, inseguros, pasan sus lecciones sin mucha garantía de progreso.
Algunos persisten en su intento. Otros, abandonan porque el sacrificio les resulta demasiado peso, o porque por tener familia a cargo añaden a sus trabajos, otro que les permita "arrimar" un dinerillo más para la olla del puchero.
Cuando les pido una narración relacionada con sus vidas, retazos de miseria me hablan de sus cortos sueños, de sus tristezas tempranas, de sus manos callosas, de sus distancias.
El alma se me arruga como un papel y me sube la indignación a colorearme el rostro, preguntándome cuestiones que no encuentran razones prácticas.
Hoy, cuando sonó el largo timbrazo de las 23, anunciando el fin de la jornada de este viernes el invierno me castigó con furia en el cruce de las calles. Una ráfaga intentó arrebatarme la capa de lana con la que me cubría e instantáneamente la imagen de esos cuerpos apenas abrigados me castigó más que la ventolera de la esta noche.
Sin embargo, los grupos que se me adelantaron en el paso y los que venían a retaguardia iban bullangueros disfrutando del prometido descanso de fin de semana.
Se me atravesaron muchos dolores juntos a la vez que un dejo de admiración porque de ellos había surgido un grupo solidario que se dedica a recolectar ropas, calzados y elementos escolares para donarlos a los "más necesitados"... Lecciones que da la vida, sin proponerse, así nomás, surgidas de la sencillez de esta gente que siempre tiene un palmo para pensar en los demás..